Soledad
La soledad después de los treinta
La soledad no siempre es silencio…
A veces es un ruido interno que no para.
Es estar en una habitación llena de pensamientos y vacía de abrazos.
Es mirar el celular esperando un mensaje que no llega. Es ese nudo sutil en el pecho cuando estás rodeada de gente, pero nadie realmente te ve.
Después de los treinta, la soledad se siente distinto. Ya no se trata solo de no tener a alguien al lado, sino de empezar a preguntarte si lo que tienes te llena… si el camino que recorriste te sigue representando.
Y en medio de esas preguntas, a veces aparece un vacío difícil de nombrar. Porque hay noches que se sienten largas, y días en los que pareciera que todo el mundo avanza… menos tú, pero no estás sola en eso. Muchas estamos ahí o hemos pasado por ahí.
La soledad puede doler, claro, pero también puede ser puerta. Una puerta hacia ti misma, hacia esa mujer que postergaste, que callaste, que cuidó a todos menos a ella.
La soledad, cuando la dejas de ver como castigo, se convierte en maestra. Te obliga a escucharte, a mirarte, a reconstruirte sin pedir permiso. Y un día —aunque no lo notes al principio— te vas convirtiendo en tu propio hogar. No tener a alguien al lado no significa estar incompleta, significa que estás aprendiendo a elegirte.

