Lovebombing
¿Cómo alguien puede destruir tu psique?
Con amor. O mejor dicho, con una ilusión de amor.
El lovebombing es una de las formas más sutiles y devastadoras de manipulación emocional.
Llega esa persona especial con la que soñaste. Es todo lo que querías en alguien: te deslumbra su físico, su forma de hablar y cómo te trata.
En la primera cita sientes que la conexión es única, que lo conoces de otra vida, que es tu alma gemela. Piensan igual, sienten igual. Tu cerebro, en segundos, altera sus conexiones. Las hormonas se descontrolan. Solo puedes pensar: es él.
En la segunda cita te habla de amor, de cuántos hijos van a tener. Él quiere cinco, un perro y una casa de campo. Te cuenta cómo sus abuelos envejecieron juntos y aún se aman. Quiere envejecer contigo. Ama la idea de ver sus hijos con tus ojos, de cocinar juntos y de tener una vida a tu lado.
Te deja entrar a su mundo en segundos. Te da todo lo que soñaste. Te sientes única. Crees que eres especial por conectar con él de esa forma. Fantaseas con la idea de que esto solo le pasó contigo.
En poco tiempo empiezan a pasar mucho tiempo juntos. Duermen juntos, hablan de lo maravilloso que sería un futuro compartido.
Te trata como si fueran novios. Hace cosas por ti, te resuelve situaciones, te cuida.
Te da mil motivos para que pienses que no vas a encontrar a otro igual.
Te convence de que es único. Y tú, por un momento, también lo crees.
Empieza a decirte cosas dulces. Puede que incluso te diga que te ama, que eres todo lo que siempre soñó, que lo comprendes como nadie. Te cuenta sus traumas de la infancia, cómo la vida lo golpeó, lo solo que se siente, lo mucho que necesita que lo cuiden y lo amen. Y ahí, tu cerebro maternal hizo click.
Te enganchaste con la idea romántica —y peligrosa— de cuidarlo y salvarlo.
Te cuenta que sus ex eran “locas”, que nadie supo amarlo de verdad.
Él, por supuesto, siempre fue la víctima. Y el sexo… es mágico. Te toca de una forma que no pensaste experimentar. Te hace sentir única, deseada y especial.
Te abrís como nunca antes. Le cuentas todo tu dolor, lo mal que te trataron otros hombres, y le confiesas —con esperanza— que ojalá él sea distinto, que pueda sanar esa parte rota de tu historia. Él te jura que jamás te lastimaría, que no es como los demás. Promete cuidarte, protegerte y hacerte la mujer más feliz del mundo. Te pide que dejes de cuidarte y quiere una familia ya contigo.
Vives un cuento de hadas. Todo es perfecto. Es romántico, detallista, te cocina, te mima y te dice «te amo». Tu cerebro colapsa. Te ves vestida de novia, con hijos y en su casa de campo.
Las red flags están ahí, preciosa. Pero es tan intenso todo lo que te da, que es imposible pensar que algo anda mal. En un mes, tu cerebro ya interpreta ese estímulo como recompensa, y empieza a necesitarlo. El problema es que esta dosis de dopamina es artificialmente intensa, porque no viene del amor… viene del exceso y de la manipulación con fuegos artificiales.
Lo que sigue es confusión emocional. Pasas de la intensidad amorosa al hielo, a la crítica y al vacío. Te conoce tan bien que logra dar vuelta la culpa y hacerte pensar que tu hiciste algo mal. Pides perdón por cosas que él hizo.
La culpa, sus silencios… todo te confunde. Tu cerebro no puede procesarlo. Piensa que quizás exageras, que entendiste mal y que es humano equivocarse. Lo justificas una y otra vez.
Entraste en un vínculo traumático. Una montaña rusa emocional.
Tu cerebro ahora asocia amor con ansiedad, con aprobación y con espera.
El cortisol se dispara. Entras en abstinencia emocional.
Preciosa, malas noticias: él logró convertirse en una droga.
Y ahora te manipula para que te sientas merecedora de esa dosis…
